La sombrilla (post vacacional)

España es un país de contrastes, y esto se aprecia especialmente en verano, donde los usos y costumbres son un cartel en la pared sobre las distintas formas de abordar un día de playa. ¿Para qué sirve una sombrilla? Pues depende. Este relato, caricaturizado,se basa en un hecho real. Felices vacaciones!!

Petrificado. No salía de su asombro ante la visión desplegada frente a sus ojos. Solo los chinos, pensaba, eran capaces de levantar algo en tan poco tiempo.

El Marqués de Traspalmera devolvía a su posición las Rayban Aviador que se habían deslizado caprichosamente sobre su nariz. El suave viento de poniente lo obligaba a encajar mejor el Panamá que protegía su cabeza, escasa de cabello, del intenso sol del sur de la península.

Continuaba sin dar crédito a la escena mientras tocaba, distraídamente, la corona finamente bordada en la pechera de su camisa de hilo indio. Se desabrochó otro botón con decisión, dejando a la vista una gruesa cadena de plata, de la que colgaban no pocas medallas del tamaño de un antiguo doblón español. La Virgen de Los Reyes, Santa Angela, la Quinta, Santas Justa y Rufina…y algunas más, hasta completar el santoral de la ciudad Hispalense. Era una clara declaración de intenciones: ahí estaba un tío de Sevilla!!

Tras haber llegado temprano a la paradisíaca playa gaditana con toda la intendencia y una legión de hijos-porteadores, se encuentra que una familia de orondos lugareños, estaba montando un campamento a pocos metros del levantado por su equipo…y lo superaba con creces en tamaño, que no en decoro.

“Nunca entenderé por qué la gente del lugar viene a la playa, levanta un efímero “cortijo” y se mete dentro todo el día a comer y a dormir la siesta. ¿No es más cómodo quedarse en casa?” pensaba para sus adentros.

No contentos los lugareños con la faraónica obra que estaban montando, el yerno de la oronda familia (estas unidades familiares siempre tienen un yerno que carga con la hija que estuvo a punto de quedarse para vestir santos) empieza con gran ilusión y diligencia a montar la barbacoa en la que, minutos después, asarían la caja de sardinas del moro con la que su inmenso y sabihondo suegro, agasajaría a los otros tres miembros del clan. Una caja de sardinas para cuatro!!– Eso permitía al marqués imaginar el objetivo que el cuarteto tenía para ese día: comer como si no hubiera un mañana y dormir para hacer la que sería una laboriosa digestión.

El Marqués de Traspalmera debía maniobrar rápido si quería evitar que los lugareños culminasen la obra de ingeniería que los ocupaba y que, dada su situación, lo obligaría a consumir el frasco de English Lavender, si quería combatir el persistente olor que desprendería la labor del osado cocinillas.

Acompañaba al marqués un despreocupado can, de raza Jack Russell Terrier y pelo duro, que lucía orgulloso un collar con los colores de la bandera nacional. El animal se enseñoreaba entre los andamios que sujetaban la presuntuosa tienda de la familia local, oliendo los canastos donde portaban lo necesario para preparar la opípara comida de la que pensaban dar buena cuenta. En un momento dado, cansado de explorar la efímera construcción, se dispuso a tomar posesión de ella y a marcar su territorio, como haría cualquier macho alfa que se precie. El ambiente se tensaba.

Traspalmera, esperanzado en que la glotona familia del lugar desistiera de su intención, no llamó la atención a su perro que, por supuesto, atendía a un nombre en inglés.

“Shusho fuera de aquí” gritó la matriarca sardinera mientras sacaba, con sus dedos regordíos, el borde del diminuto bikini que se había alojado entre sus enormes y blandas nalgas (dado el tamaño de la señora estaba claro que aquello era un matriarcado).

“Perdone señora” -respondió diplomáticamente Traspalmera- “es que el perro solo entiende el inglés. Sit, down, stop, lie, go…”

“ Pues como meta los «jocicos» en mi canasto me lo voy a comer como si fuera el  “fichanchí” ese que comen en Gibaltar, maniquí que eres un maniquí!!…y por ahí vienen los municipales… y  no se pueden traer perros sueltos a la playa…o te crees que esto es tu cortijo??” vociferaba la poderosa hembra.

“Claro que no señora, no creo que sea mi cortijo,más bien parece el suyo” respondió Traspalmera con cierto sarcasmo.

Tras una diplomática conversación al más alto nivel con la citada familia y la Policía Municipal, Traspalmera acordó amarrar su perro, “firmándose” así el armisticio necesario para la convivencia.

Una vez partieron “los munipas” entró en escena “el cuñao”. Traspalmera tenía un cuñado poco diplomático y tirando a rústico, un poco serrero, que no había conseguido superar aún su juvenil afición a “bailar” en cuanto le “tocaban la guitarra”…y que no quedó muy conforme con el acuerdo que Traspalmera se vió obligado a firmar con los “comesardinas”.

Animado por la copa de vino fino que degustaba mirando al mar, exclamó con sorna e intensidad suficiente para que se enterara la parte contratante: “A estos lo que les molesta es que el collar del perro lleva la bandera de España!!!”

La parrandera sentencia del jaranero cuñado de Traspalmera, fue el resorte que hizo saltar al yerno sardinero como si le hubiera picado un alacrán donde la espalda pierde su casto nombre. Blandiendo el cuchillo con el que se encontraba cortando la sandía, mientras se ajustaba el slip negro que vestía a modo de bañador, y acompañado por su brava suegra, se arrancaron hacia la orilla donde el “guasa del cuñao” seguía mirando dignamente a las olas y pensando “verás la estocada que me va a dar el bizco este con el cuchillo de la sandía”. Traspalmera entendió por qué en sus círculos íntimos al cuñado lo llamaban “El Guindilla”.

Mientras el yerno por un oído y la suegra por el otro, soltaban todo tipo de improperios al “Guindilla” – que no se dignaba a mirarlos, básicamente para evitar que la inmensa mujer le arreara un guantazo de los que te hacen dar palmas con las orejas-, la jarana llegó a oídos de “los munipas” que inmediatamente volvieron al campo de batalla y obligaron a Traspalmera a amarrar al problemático protagonista (el Jack Russell, se entiende).

Probablemente le evitaron al “Guindilla” recibir guantazo o estocada, y dejaron una bonita “receta” a Traspalmera por llevar el perro suelto.

Una vez calmados por la Autoridad y obligados a coexistir (mientras el cuñado ponía cara de “que ha pasado? Si yo no he dicho nada…”) un hijo/porteador del marqués se le acercó y le dijo:

“¿Por qué no ponemos nosotros sombrillas más grandes que las de ellos?”

“ Hijo mío”, respondió Traspalmera, “las sombrillas deben servir solo para dar sombra a las neveras donde van el vino y los botellines; para meterse a la sombra se queda uno en casa o en el chiringuito. Espero que hayas aprendido del “gracioso” de tu tío, como una frase pronunciada con la suficiente mala leche, puede dar al traste con los más importantes acuerdos”

Y dicho esto abrió una lata de enormes mejillones en escabeche, delicatessen, y fue a ofrecerles a la familia “invasora” como acto de buena voluntad.

Ese día, el hijo de Traspalmera aprendió el valor de la diplomaciay el correcto uso de las sombrillas.

15 opiniones en “La sombrilla (post vacacional)”

  1. Relato ameno y didáctico! Lo recomendaré y compartiré. Me muero de ganas de escuchar la anécdota que ha inspirado el relato, ya divertido por sí solo!
    Un fuerte abrazo

  2. Qué me ha gustado Antón. Qué arte más grande tienes para contar en pocas líneas una aventura de día completo de playa. 😂😂

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