Memoria (selectiva) democrática

«Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla»…y los que la desvirtúan, probablemente, también.

Aquella tarde de domingo era como una plaga  bíblica que castigaba Sevilla para impedir la celebración normal de la Velá de Santa Ana, en el barrio de Triana. La actualidad no estaba para fiestas pero el calor asfixiante no impediría que la tradición siguiera su curso.

Renunciamos, mi “Dómina” y yo, a combatirlo en la costa, y nos fuimos a  la  abrasadora Velá, donde el catedrático y diputado Francisco J. Contreras, daría las claves de la controvertida Ley de Memoria Democrática con que el gobierno  agasajaba a sus socios, enemigos de España, para intentar perpetuar su siniestro período de presidencia de la Nación.

Al iniciar su interesante intervención, nos descubrió que esta ley llevaba preparada más de un año y cómo la desempolvaba ahora para intentar diluir la catástrofe socioeconómica a la que nos había condenado.

Necesitaba el presidente, en un alarde de lo que el ponente llamó narcisismo moral (constante presunción de las izquierdas de su supuesta superioridad moral), desviar la atención de la desastrosa actualidad para vender su gestión como exitosa.

Se trataba, prosiguió, de reescribir la historia para adoctrinar  identificando a las izquierdas con los derechos humanos, la dignidad, la justicia…y a las derechas como el enemigo retrógrado a batir.

Con una cita de Orwell  -“Quien controla el presente controla el pasado, y quien controla el pasado controlará el futuro”-  sentenció el objetivo último de esta ley, que no es otro que certificar la defunción de la libertad de cátedra, de pensamiento, de expresión.

Por todo ello, esta ley monta un relato distorsionado de la historia que resume los últimos años de España como una lucha entre la “luz” progresista y las “tinieblas” liberal conservadoras.

Un relato que muestra una total asimetría moral entre las víctimas, delimitando fechas para ocultar las generadas por la perversa ideología social comunista;  asimetría en la concesión de la nacionalidad española, primando a los comunistas de carnet de las Brigadas Internacionales frente a los irlandeses, portugueses o italianos que vinieron a defender las raíces cristianas y el orden; asimetría  en la utilización de simbología histórica, prohibiendo símbolos franquistas o  históricos que relacionan con el Régimen, mientras permite la hoz y el martillo o el hacha y la serpiente; o asimetría en los homenajes, permitiendo  homenajes de “su” bando mientras prohíbe  agasajos  a hechos y figuras relevantes del bando contrario.

Nos presentó, en definitiva, una ley que deslegitima la transición extendiéndola más allá de 1975 (muerte natural del Generalísimo) para incluir a los GAL y blanquear la acción cobarde y asesina de la banda terrorista ETA, cuyos miembros se ocultan hoy tras la denominación BILDU y que continúan extorsionando a nuestra histórica nación.

“Nuestra” memoria democrática

Hay hechos que nos despiertan una especial sensibilidad en temas concretos, y nos alejan de algunas posturas oficiales  de las formaciones que nos representan. En mi caso, el hecho de haber coexistido con la tenebrosa presencia de la sombra terrorista en la sociedad  – mientras estudiaba en el norte-  y haber emparentado posteriormente con elementos de la resistencia, me hace reclamar algo más que la simple derogación de esta ley, máxime cuando conocemos por experiencia de vida la última etapa que pretende cubrir. Creo que estamos obligados a mostrar “nuestra” verdad a las generaciones futuras, pues si no conocen los hechos objetivos,  no podrán articular medidas para evitar que la historia se repita… y me es indiferente que sea cambiando el contenido de la ley o favoreciendo alguna otra forma para que todo el mundo conozca los hechos y no las opiniones sesgadas. Bildu no nos hará comulgar con ruedas de molino sobre la trayectoria asesina de su violenta horda.

“Aquel 23 de enero de 1995 amaneció muy oscuro en San Sebastián. Nada en comparación con las tinieblas que cubrirían la ciudad a la hora de comer, mientras descargaba una fuerte lluvia que no lograría limpiar la afrenta que certificó la muerte de la esperanza constitucionalista en la ciudad vascongada.

Una chica, de casi 25 años, recibió una llamada de casa para que volviera de forma urgente. Como pasaba cada vez que ETA asesinaba en la ciudad, tocaba volver a la seguridad del hogar. Nadie sabía lo que podía ocurrir y había que reunir a las familias.

Pero aquel día fue distinto. Al llegar a casa encontró a su padre tumbado boca abajo, anímicamente destrozado y golpeando el suelo con rabia mientras exclamaba: “tendrán que matarnos a todos!!”. ETA acababa de sacrificar, de forma ruin y cobarde, a su amigo y compañero Gregorio, bastión de la España constitucional en la ciudad de “La Concha”.

Acompañó a su padre a “La Cepa” y esperó pacientemente tras el cordón policial, bajo la lluvia, mientras él entraba a despedir a su amigo y a la que, hasta el momento, representaba la única opción de enderezar el perverso camino separatista que las formaciones nacionalistas vascas habían emprendido. Aquel fatídico día, con las armas, ETA cambió la historia de la ciudad -y acaso la de España entera-  por los enormes efectos secundarios que tendría cercenar el espíritu nacional de la región norteña.

Seguiría actuando la banda terrorista con golpes tan sonados como el secuestro de Ortega Lara o el secuestro y ejecución a sangre fría de Miguel Ángel Blanco. Este último despertó un espíritu en toda España que ya parece extinguido en la mayoría de aquellos que, en su día, se pintaron las manos de blanco exigiendo a ETA que dejara de matar: el Espíritu de Ermua. Siguieron golpeando hasta que asistimos a la derrota del “vencedor”, a la rendición encubierta de un Estado que terminaría por dar entrada en los gobiernos a los enemigos de España para así dinamitarla desde dentro.”

Aquella chica de 25 años que acompañó a su padre a “La Cepa”, a las vigilias de Ermua, a las protestas en la parte vieja de San Sebastián mientras los batasunos les arrojaban agua hirviendo desde los balcones, casó y trasladó al sur, y ahora cuenta a sus hijos el relato de lo que vivió en primera persona, sin admitir el que pueda reescribir Bildu en la citada Ley.

En cuanto a su padre, algo lo marco aquel 23 de enero de 1995. Su heroicidad, como la de tantos vascos que no sucumbieron al violento acoso de la banda terrorista, lo dejó atrapado en una batalla que libraron desde el bando Popular. Su alma sigue debatiéndose entre la ilusión de que algún día se alcanzarán los ideales que guiaron sus acciones y la tozuda realidad que señala lo contrario. La lucha continúa, y la Ley de Memoria Democrática es prueba de ello…por eso cada español tiene la obligación moral de combatirla y no dejar que manipulen nuestra historia.

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