De maledicencias, chismorreos y manipulaciones.

La frivolidad nos hace, muchas veces, interiorizar comportamientos hasta convertirlos en hábitos por falta de reflexión. Si nos paramos a pensar nos damos cuenta de cuanto se empequeñece una persona chismosa y manipuladora y cuánto crece una persona discreta. Y en estos momentos difíciles que pasamos, al virus sanitario letal que nos amenaza se une el virus de la manipulación gubernamental, surgida de la nula costumbre de asumir responsabilidades. Vaya tropa!!

El otro día, paseando con un amigo, le pedí una idea para escribir la próxima entrada del blog. Sin dudarlo me dijo:

 “El chismorreo. El cotilleo malintencionado que tiene origen en el rencor, la mentira y la envidia. Es un acto que destruye la paz del que lo practica y del que lo sufre, y no somos demasiado conscientes pues casi todos lo hemos hecho alguna vez”.

Y me puse a ello…

¿Nos damos cuenta de la tremenda fuerza destructora que tiene la maledicencia?; en la persona sobre la que se vierte el falso testimonio y sobre todo, en la persona que lo desencadena. Si hilamos fino hay una tercera víctima: Quien escucha y acepta, que se convierte en colaborador necesario.

Sobre el primero el efecto es inmediato pues, aunque el tiempo acabará destapando el bulo, la persona criticada quedará marcada, se habrá sembrado la duda. Hay muchas personas irreflexivas (utilizadas por la persona chismosa) que  darán credibilidad a la información sin contrastarla o analizarla.

Pero el daño mayor es para quien lanza el bulo, pues difícilmente reconocerá la mala acción delante de los afectados. Siendo así, será complicado que  las personas afectadas puedan  liberarle de la pesada carga que supone ser origen del daño causado.

Es conveniente distinguir entre la figura maledicente puntual (somos casi todos) y la maledicente constante (persona chismosa). Esta última suele ser una persona “cautiva” de las personas a las que critica, ya que les dedica mucho tiempo y posiblemente, lo tendría que haber dedicado al análisis propio. Se convierten en personas tóxicas y de dudosa credibilidad.

Manglano cuenta la anécdota de una persona que fue a confesarse de haber dado falso testimonio del prójimo. Al finalizar, el confesor le impuso una curiosa penitencia: Subir a un campanario, desplumar una gallina, arrojar las plumas desde allí  y luego bajar y recogerlas todas.

El penitente le contestó que eso no sería posible, que las plumas una vez arrojadas estarían fuera de control y se dispersarían sin dar opción a reunirlas de nuevo.

El confesor le hizo ver que lo mismo ocurría con la maledicencia. Una vez puesto el bulo o falso testimonio en circulación escapará a nuestro control y el daño que hará es difícilmente reversible.

Además la trazabilidad del chisme es un camino en la que no hará otra cosa que crecer, engordar y agravarse, dado el afán de protagonismo de las personas transmisoras, que “aportan” su creatividad al cotilleo.

Haciendo sociedad, haciendo «política»…

Es frecuente utilizar los chismes para socializar o para conseguir réditos políticos pero ¿es lícito?,¿en que lugar deja al chismoso?. En realidad la persona que transmite un chisme con mala intención está atacando, en primer lugar, a la persona a la que se lo cuenta (receptor) porque:

  • Intenta crear animadversión contra una persona (o grupo de ellas) que no le ha hecho nada al receptor del chisme.
  • Preocupa y quita la serenidad al receptor. La persona chismosa está “malmetiendo”
  • Muestra su faceta de persona maledicente lo que hará al receptor ponerse en guardia contra ella (¿Quién asegura que mañana no será el receptor el blanco de su veneno?)

“Aquellos que amamos la vida (…) tenemos que refrenar nuestra lengua de hablar mal de los demás y de decir calumnias “ (Pedro 3.10)

Me alertaba este amigo sobre el peligro de toxicidad del entorno social, que se crea cuando uno se rodea de personas maledicentes. Mucho más sano y enriquecedor es el creado con personas que se han conocido como fruto de la cortesía.

Los medios y las redes sociales

Difícil ser conscientes de la miseria de un comentario destinado a desacreditar al prójimo, cuando en la televisión nos meten diariamente a políticos, actores y participantes en frívolos programas utilizando la maledicencia con funestas ideas como si fuera algo natural y hasta recomendable.

Y un capítulo aparte merecen los jóvenes con los medios de comunicación actuales. Hoy, lanzar un dardo envenenado contra un compañero de colegio es igual de fácil que antes, pero la difusión y los efectos son infinitamente mayores. No son capaces de medir el impacto que tiene sobre la persona a la que convierten en blanco de sus burlas y mentiras o, simplemente, sobre la que difunden una información que pertenece a su más estricta intimidad.

La tecnología ha convertido a la maledicencia en un arma de destrucción, camuflada bajo un halo de normalidad que la hace pasar desapercibida. Si analizamos cuantas veces al día hablamos mal de alguien podemos quedarnos sorprendidos…y no nos damos ni cuenta…

“Aunque seas tan casto como el hielo y tan puro como la nieve, no escaparás a la calumnia” Shakespeare

El cotilleo es la forma más fácil de convertirnos en personas tóxicas. Nuestra vida debe estar muy vacía cuando podemos dedicarle tanto tiempo a la vida de los demás. ¿Que nos hace pensar que nuestra actitud es la correcta? ¿Quién nos autoriza a estar analizando continuamente la vida de los demás? Podemos disfrazarlo de “corrección fraterna”, pero si hacemos examen de conciencia serio, nos damos cuenta de que la mayoría de las veces  nuestros comentarios tienen unas intenciones bastante menos nobles que intentar encauzar el comportamiento de la persona sobre la que los hacemos.

Relación con el quinto mandamiento

Profundizando un poco en el quinto mandamiento nos damos cuenta de la gran relación que este tiene con la maledicencia.

No solo se mata a una persona quitándole la vida físicamente. Matamos a una persona cuando atacamos su reputación, cuando desprestigiamos sus sueños, cuando minusvaloramos sus logros…

Cuando intentamos desprestigiar a alguien estamos infringiendo el quinto mandamiento. Estamos matando su reputación.

La maledicencia se define como «maldecir, murmurar, calumniar, hablar mal de los demás» y es típico de sociedades poco evolucionadas. Comentar un HECHO no tiene por qué asociarse con esta definición.

Me apuntó mi amigo  que consiguió convertir en hábito, el hecho de que cada vez que oía hablar mal de alguien, respondía mostrando alguna virtud de la persona criticada. De esta manera pasaba de la pasividad que le convertía en colaborador necesario de la persona cotilla, a valedor de la persona blanco de las críticas.

Por cierto, mi amigo tiene una profesión muy criticada por muchos hoy: Es sacerdote.

 

10 opiniones en “De maledicencias, chismorreos y manipulaciones.”

  1. Antón me ha encantado verdaderamente sin desperdicio alguno pienso lo que ya te comenté y es que si hablar del otro no fuese gratis ya nos cuidariamos mucho de no hacerlo con tanta ligereza
    Saludos y gracias

  2. Muy bonito lo que cuentas, y muy cierto (salvo que, según tengo entendido, no fue una gallina sino una almohada lo que le pidió el Santo Cura de Ars a su feligrés que desplumuara, aunque también es muy posible que la historia haya llegado hasta mí un tanto deformada).

    En general, todos tendemos a analizar los gestos, palabras y comportamientos de los demás (más aún, si somos personas observadoras), pero no todos tenemos por costumbre chismorrear, precisamente, porque, si somos observadores, desde nuestra niñez hemos observado el daño que hacen los chismes, y si ser buenas personas es lo que hemos pretendido a lo largo de nuestra vida, por encima de lo demás, hemos procurado tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros (aunque no siempre lo hayamos conseguido). Todo esto es muy diferente de denunciar un crimen o a los políticos que pretenden imponerlos como algo «bueno y natural» o habitual, al menos, y que, por lo tanto no merece sanción, sino apoyo y financiación… Sin embargo, a pesar de todo eso, a algunos llevan años difamándonos, y nos tenemos que callar por no hacer más daño del que ya se ha hecho (por no darles más voz a aquellos que nos difaman) y, a veces, son ellos mismos los que «nos callan», vaya a ser que lo que podamos decir en nuestra defensa les pueda salpicar…). Dios perdone a todos los que no saben lo que hacen, a los que sí lo saben les deseo lo mismo si se arrepienten del daño que han hecho, que es mucho mayor del que humanamente se puede soportar (gracias a Dios, no contamos sólo con nuestras propias fuerzas, porque, si no, la vida sería, a veces, francamente insoportable).

    ¡Gracias por tu artículo y por «prestarme» este espacio para desahogarme! Dios te bendiga.

    @LuisaCarrascoV

    1. Gracias a ti Luisa, por leerme y sobre todo, por expresar tu sincera opinión sobre el tema tratado. Muchas veces podemos tener experiencias dolorosas por el uso y abuso de los chismes y la solución que das, a pesar de todo, perdonar,denotan una gran generosidad y ejemplaridad por tu parte.

      Un abrazo.

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